martes, 18 de junio de 2013

CARMEN


Alta, orgullosa, segura de sí misma. Así aparece Carmen en la fotografía color sepia que le tomaron hace ya muchos años, va como toda chica de los 40s, con un traje sastre con hombreras, falda pegada hasta poco debajo de las rodillas, tacones cortos y un peinado que parecía que traía un par de rollos desde las sienes hasta la nuca. La mayor de los hijos de Gumersindo y Luz pasó por todas las vueltas de la vida que vivieron sus padres. Recordaba con cariño la época en que ella y sus dos hermanos menores vivieron un tiempo en casa de sus abuelos. La verdad no se acuerda por qué. Su mamá no sonreía tanto y su papá no llegaba en las noches, pero sus tías la sacaban a pasear en enormes y lustrosos autos negros y luego iban por helados de crema de limón para todos. Tenía una cama para ella sola en una recámara que compartía con Rebeca. Las ventanas de la hacienda daban a un enorme plantío de magueyes y a lo lejos se veían árboles que de noche se iluminaba por bolas de luz que sus tías le decían eran brujas. Carmen se hizo muy amiga de las primas a las que nunca había visto antes en ese corto tiempo. Le gustaban los vestidos que sus tías le compraban y los listones que le ponían en las trenzas. Pero de pronto volvieron a casa y entonces ya su papá regresaba todas las noches a cenar. Pero a ella nunca se le olvidó el lujo de la casa grande y vivió con el deseo secreto de volver a tener esa vida llena de cosas bonitas. 
Carmen siempre tuvo muy buenas calificaciones, sobretodo en Matemáticas. Le gustaba hacer cuentas. Le hubiera gustado estudiar para ser contadora, pero como en sus tiempos había que estudiar una carrera corta para ayudar a sus padres a mantener a los hermanos chiquitos, pues estudió Comercio y trabajó como secretaria para un contador.
Seguramente cuando Francisco la conoció quedó arrebatado por tal seguridad. Misma que lo convenció de convertirse al protestantismo por amor a ella, cosa que obviamente no le hizo gracia a su madre que siempre conservó cierta distancia.
Francisco siempre fue cajero en el hotel Jena, pero fue gracias a Carmen y a su sentido mercantil, heredado de su padre, que lograron vivir en la opulencia. Siempre recta, parecería que el único defecto que tenía era precisamente este, verle a todo cuánto provecho podía sacar. Prestaba dinero a réditos altos, pero no lo gastaba en tonteras, lo ahorraba para gastos mayores. Así fue como adquirió una casa y luego otra y otra. Pudo enviar a sus hijos a estudiar a donde cada quien quisiera: Martha a la UNAM a estudiar Relaciones Exteriores, Pepe igual Contaduría, Carmen decidió estudiar Enfermería, Cristina Contaduría y finalmente Lucía, la más chica, estudió en el ITAM Economía, todo gracias a los esfuerzos de su padre y a la habilidad financiera de su madre.
Recuerdo una de las primeras casas de mi tía en la colonia Roma, muy cerca de donde fue mi segundo hogar de casada. Era una casa blanca de dos pisos y me acuerdo que todos sus hijos estudiaban todavía. Fue ahí donde probé por primera vez el agradable sabor del zapote con naranja servido en un recipiente de cristal y con una cuchara especial de plata. Todo era limpio y grande y había una sirvienta y se veía que vivían bien. Lo único que parecía desentonar entre todo ese bullicio y efervescencia era mi tío Pancho que siempre se quedaba dormido los fines de semana que íbamos a su casa. Recuerdo su cara de adoración al ver a sus hijas y a sus nietas, siempre decía, --Carmelita es muy buena. Y mi tía sonreía y le tomaba la mano. No lo molestaba nunca y lo dejaba descansar, nos decía que trabajaba mucho y más de un turno y por eso siempre estaba cansado.
Se fueron casando los hijos: Pepe se casó con una hermosa regiomontana católica que no cambió su fe por nada del mundo; Carmen se casó con un médico y salió a su madre, hábil en el manejo del dinero y de las relaciones sociales; Cristina se fue a estudiar una maestría a París y ahí se casó con un brasileño seductor del cual se enamoró perdidamente y con quien tuvo un hijo; Lucía se casó con un tipo nefasto del cual se divorció al volver de su luna de miel, luego se fue al extranjero, supongo que a estudiar una maestría y a olvidar y llegó enamorada de un tipo terriblemente alto y feo, pero que hasta la fecha la hace feliz a pesar de todo lo que han pasado. Martha se casó mucho después que todos sus hermanos, cuando yo tenía más de quince años, con un francés muy agradable que vivió un tiempo en México y del que luego se divorció. De los divorcios de Pepe y de Cristina, se rumora que mi tía tuvo mucho que ver porque se trataba de parejas que nunca aceptaron la fe protestante que sus padres le habían enseñado a profesar con celo. No entiendo por qué, mi abuela y mi abuelo eran católicos y se convirtieron al Protestantismo, primero a una rama y luego a otra. Pepe engañó a Mariana. Eran la pareja perfecta y Mariana era la ama de casa perfecta. Sus hijas, Judy y Gaby fueron las primeras nietas de mi tía Carmen y de mi tío Pancho y las primeras bisnietas de mis abuelos, mis primeras sobrinas que apenas me llevan un par de años y a quienes quiero como hermanas. Diez años después de Gaby nació Mariana hija. El caso es que mi tía apoyó a Pepe en su adulterio, lo que sí me sacó de onda, ¿cómo es posible que no perdone a alguien por no ser de su misma religión, pero que sí perdone el adulterio de su hijo tan castigado en la Biblia? En fin. Ella apoyaba a su hijo antes que nada.
El caso más triste se dio cuando a los trece años de casados Cristina y su amado Mirivaldo se divorciaron. Cristina siempre fue débil, el divorcio le causó graves daños, su autoestima cayó por los suelos, engordó y perdió todo interés, de ser una mujer guapa, arreglada, pasó a dejarse el cabello largo y sin peinar, se vestía de pants, y cayó en una secta de la cual llegó a depender totalmente. Su hijo Alexis decidió irse con su padre a Brasil dejándola sola. Por lo tanto, Cristina se fue a vivir con sus padres, yo creo que por evitar la soledad más que por economía. Hoy en día Cristina se arregla de nuevo, no bajó de peso pero ya su fe es más una fortaleza que una locura. Mirivaldo cuenta que no soportaba a mi tía ni a mi prima Carmen con la eterna cantaleta de la iglesia. Lo irónico es que su segunda esposa era católica y tenía un nacimiento que ocupaba un cuarto en su casa en Pirassununga. Creo que la fe se transmite, no se impone.
Recuerdo una ocasión en la que yo ya tenía como 20 años y me quejaba de no conocer una pareja que se amara verdaderamente como para convencerme del matrimonio. Mi tía Carmen dijo, --¿Cómo no? Pancho y yo.-- Pero no, no me convencían. A pesar de nunca haberlos visto pelear, tampoco había visto a mi tío despierto ni lo había escuchado decir otra cosa que –Sí, Carmelita.-- Yo no quería eso, quería pasión, quería opinión, quería intercambio. Esa relación tan unilateral no me convencía.
Con el tiempo mis tíos envejecieron. Mi tío murió y como fue después de mi padre le había dado tiempo para decir que no quería a nadie de negro ni a nadie llorando, quería rosas rojas y mariachis cantando. Fue un funeral hermoso. Pero por mucho que alguien pida que no haya lágrimas en su funeral, estas son inevitables y sus hijas lloraban desconsoladas, sobretodo Lucía que no dejaba de decir, --Papito, papito, ¿por qué te fuiste?-- Pepe estaba serio, con los ojos rojos fijos en el ataúd y las manos al frente y al lado estaba mi tía, sonriente, calmada y recibiendo los pésames con gracia y elegancia. Se veía triste, pero nada desconsolada, es más, se veía aliviada.
Unos días después, cuando mi madre le comentó estas observaciones, mi tía le contó algo que le pidió no contarle a nadie, pero mi madre me cuenta todo a mí y entendí muchas cosas.
--Un día hace mucho, cuando los hijos eran todavía niños quise darle una sorpresa a Pancho y le llevé algo de comer al Jena. La sorpresa me la llevé yo cuando lo vi colgado del cuello de una mujer besándose. Él me vio y salió corriendo detrás de mí. Se deshizo en explicaciones y disculpas, me pidió perdón y una única oportunidad. Me dijo, “Si te vuelvo a faltar una vez más me dejas, pero por favor, no le digas a los niños.” Y le di la oportunidad y nunca me volvió a faltar, pero nunca fue lo mismo, por eso me ocupaba de sacar provecho de todo, estaba aterrada de que algún día necesitara de esos ahorros.-- La vida de mi tía no había sido nada fácil callando un secreto que la consumía por dentro en bien de los hijos que nunca, nunca sospecharon nada. Y sí, su matrimonio había sido ejemplar, pero quién sabe hace cuántos años había muerto el amor ahí.

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